“Podología general
Pie diabético
Plantillas personalizadas
Cirugía del pie
Llame al teléfono 0800-222-PIE y lo derivaremos a uno de nuestros profesionales. Estamos a su servicio, solo recuerde: ¡hoy puede ser un gran día para levantarse con el pie derecho!”
Cintia apagó el televisor. Estaba cansada de ese tipo de anuncios que prometían y prometían y al final terminaban siendo una farsa.
No le importaba si se trataba de pies o de un suplemento dietario, para ella simplemente nada daba resultado. No confiaba en lo que veía por la tele, por lo general era una distorsión de la realidad: cuerpos extremadamente flacos, bustos grandes y firmes, músculos tonificados, dientes perfectos y blancos, entre otros.
Ella era una mujer de casi treinta años, de estatura baja pero de contextura y peso normales. Sabía que estaba lejos de ser una de esas modelos de la farándula, pero aun así, estaba conforme con su cuerpo. O al menos creía estarlo, ya que en algún momento, había caído en la trampa de probar todo tipo de soluciones mágicas a fin de verse más bella, o gozar de una mejor calidad de vida.
Como estaba agotada debido a la extensa jornada laboral, decidió que lo mejor sería ir a descansar. Se prepararía un té con limón y se iría a la cama.
Cuando estaba en la cocina, escuchó de lejos algo que le sonó familiar:
“Llame al teléfono 0800-222-PIE y lo derivaremos a uno de nuestros profesionales. Estamos a su servicio, solo recuerde: ¡hoy puede ser un gran día para levantarse con el pie derecho!”
«¿Cómo puede ser? ¡Si lo acabo de apagar!», se preguntó Cintia.
Se dirigió nuevamente al living y notó con asombro que el televisor estaba encendido y vio por vez infinita la propaganda que tanto le molestaba.
Si bien tenía callos y juanetes, no se animaba a que nadie le tocara los pies. Ellos eran su instrumento de trabajo. El baile era lo que amaba por sobre todas las cosas y no iba a dejar de hacerlo por más que a veces sintiera que se le hacían añicos.
De día estudiaba para ser bailarina clásica en una institución costosa pero prestigiosa, y de noche hacía baile de caño en un club nocturno. Trabajar en el club, le permitía poder pagar la cuota de la academia de baile.
Volvió por su taza de té y se sentó en el sillón para cumplir con una costumbre religiosa que tenía antes de irse a dormir: poner los pies en una palangana con agua y sal.
Una solución un poco dolorosa pero eficaz para desinflamar y curar heridas.
«¡Hoy puede ser un gran día para levantarse con el pie derecho!» la frase seguía sonando y resonando en su cabeza, como si se tratara de una vieja melodía conocida.
Lo consideraría, ¿qué tan malo podía ser? Era cuestión de ir y probar un día o dos y ver si sus pies mejoraban. A fin de cuentas, no lograba los mejores resultados con su tratamiento casero y tanta envoltura, la hacía sentir una momia.
Al menos en la propaganda, las personas se veían saludables y mostraban sus pies antes y después del tratamiento.
Cuando por fin logró dormirse, tuvo uno de sus horribles sueños recurrentes. No le costó adaptarse demasiado al entorno, pues, ya lo conocía. Ya había estado muchas veces bajo esa piel. No era la primera vez que tomaba posesión del cuerpo de Ariadna, la joven que caminaba desnuda sobre piedras calientes.
La diferencia entre ellas, era solo física. Ariadna tenía ojos marrones y pelo negro azabache largo hasta la cintura, mientras que Cintia lucía ojos verdes y una hermosa cabellera ondulada de color castaño.
Al parecer, Ariadna vivía en la naturaleza salvaje junto a Loo, su padre que era cazador. Lo sabía porque en reiteradas oportunidades había podido percibir el olor a la carne que él asaba. A pesar de que sus vidas fueran totalmente diferentes, había algo que las conectaba y ese algo sin dudas, eran los pies. Ariadna podía caminar y danzar sin problemas sobre las brasas, y Cintia era una hábil bailarina clásica.
El único inconveniente era que el sueño siempre terminaba mal. Cada noche era testigo de su muerte en la hoguera. Sentía en carne propia cómo ardía su cuerpo. Le costaba ver con claridad a su alrededor a causa de la combustión. Loo recitaba unas palabras en una lengua incomprensible y elevaba sus manos al cielo en señal de perdón. La secuencia de imágenes era rápida pero en alta definición y los gritos eran realmente desgarradores. Poco después, se veía humo, más humo y silencio.
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Se despertó sobresaltada y sudando a más no poder. El sueño tocaba hasta su fibra más sensible. No sabía quién era Ariadna ni por qué la veía con tanta frecuencia. Intuía que posiblemente fuera un recuerdo retorcido e irracional de su vida pasada. Pero de todos modos la traumaba y se sentía unida a ella.
Encendió el televisor mientras se ponía ropa cómoda para ir a ensayar.
“Estamos a su servicio, solo recuerde: ¡hoy puede ser un gran día para levantarse con el pie derecho!”
A Cintia le daba la sensación de que no había otro anuncio para mostrar o que la institución pagaba el doble a los canales para que lo emitieran una y otra vez. De todos modos, recordó que iba a pedir turno con uno de los profesionales.
Se dispuso a llamar al mismo tiempo que intentaba dolorosamente ponerse una de sus medias. Con el teléfono entre su oreja y su hombro, preguntó para cuándo había disponibilidad y le dijeron que en el acto.
Emocionada ante tal circunstancia, decidió apurarse. Se puso las medias como pudo y voló a la dirección que le había comunicado la operadora.
El lugar tenía un aspecto muy profesional, había cámaras de seguridad por todos lados y parecía seguir las normas de higiene correspondientes. Los pisos parecían espejos y prácticamente uno podía verse en ellos. Una vez finalizado los trámites en la mesa de entrada, la guiaron hasta el hall central.
Al cabo de media hora, anunciaron su nombre por altavoz y buscó la sala ABCD. Cuando entró, se topó con distintos profesionales que la estaban esperando.
Primero le aplicaron una loción hidratante y luego comenzaron a masajear y a estirar cada uno de los dedos de sus pies.
Cintia sentía que se estaba acalambrando. Se preguntaba si el tratamiento estaba surgiendo el efecto deseado. Se animó a preguntar si los calambres eran normales o si su salud estaba en riesgo, pero el podólogo no le contestó. Rápidamente le inyectó un relajante muscular y la joven se quedó profundamente dormida.
Cuando se despertó, se encontraba atada frente a una pizarra de color blanca.
En ella, había fotos de distintos tipos de pies. Los epígrafes de cada foto citaban: pie griego, pie egipcio y pie cuadrado.
Estaba sola en la habitación a excepción de un chimpancé que estaba encerrado en una jaula. El animal estaba muy excitado y no dejaba de moverse de un lado a otro.
De repente, se abrió la puerta con gran estruendo. Reconoció de inmediato el rostro que había visto antes de que la durmieran.
—Fuiste vos. No sé qué es lo que querés pero, ¡dejame ir!
El hombre hizo caso omiso a sus peticiones y fue directo al chimpancé. Una expresión de miedo se dibujó en la cara del animal.
—Dejalo ir a él también, ¿no ves que te tiene terror? Sos una basura. ¡Maltratador de animales! Si salgo de esta, te voy a denunciar y vas a ir preso de por vida.
El psicópata abrió la jaula y le mostró a Cintia el pie del chimpancé. Al primate le faltaban algunos dedos, pero estos estaban sin suturar. A juzgar por el estado de las vendas ensangrentadas, la intervención había sido realizada recientemente.
Cintia fue testigo de todo lo que ocurrió después. Sintió que estaba en un campo de concentración. El podólogo tomó una picana y comenzó a dar descargas sobre el cuerpo del animal, al mismo tiempo que gritaba: "BAILÁ".
Cuando se cansó de ver el espectáculo del mono, le propinó una patada y volvió su atención a Cintia.
—¿Sabés quién es la que sigue ahora? Sí, vos. ¡Adivinaste!
Caminó hacia la pizarra y señaló los tipos de pies.
—Este es el pie normal: el pie egipcio, el que tiene el 49 % de la población. ¿No es hermoso? Parece una escalera.
La joven miraba con temor las ilustraciones. No podía dejar de pensar en el chimpancé y en los horrores a los que se vería sometida.
—Este en cambio, es el pie griego. Es el que vos tenés. Tu pie es anormal, solo el 14 % de la población lo tiene. ¿Sabés que significa eso, no? ¡Sos defectuosa y hay que arreglarlo!
Cintia no paraba de temblar. El desquiciado era capaz de hacer cualquier cosa y el mono era la prueba irrefutable de ello.
—Vas a pasar por un dispositivo que va a prensar y estirar tus dedos, es como si fuera una pastalinda. Si no los estiro, no voy a poder extraer la falange que te sobra en el dedo índice.
La muchacha estaba desesperaba. Si bien era cierto que tenía el dedo índice más largo que el pulgar, eso no le imposibilitaba para bailar. A esas alturas, pensaba que si el loco era capaz de quitarle una falange, quizás se le ocurriera amputarle la totalidad de sus dedos como lo había hecho con uno de los pies del mono.
Decidió que lo mejor era seguirle la corriente. No se resistió, ni siquiera gritó. La condujo hasta la sala contigua. La acostó sobre la máquina y cerró los grilletes a la altura de los tobillos.
Presionó un botón y activó el dispositivo. Sintió cómo sus dedos comenzaron a enderezarse. Escuchó el crujido de los huesos. Le recordó al crepitar de las brasas ardientes de Ariadna. De repente la habitación se había llenado de humo. En esa posición, no era capaz de diferenciar si la máquina que se había descompuesto, o si simplemente se trataba de la hoguera.
Cerró los ojos y la visualizó por última vez. En ese sueño, las dos bailaban.